Padam Padam

Pase junto a ella con mi malestar intacto, con ansias de mockachino. Sentada casi en la cera del edificio, apoyada sobre unas rejas blancas en sus colores claros y sus zapatillas rosadas de escarchas. Decepcionada ante la espera, con el mentón sobre su rodilla simulando una bailarina herida. Quise decirle que sanaría, que volvería a pasar y quizás unos días duraría más que otros, pero pase de largo a curarme en cafeína, a consolarme la vista con alivios rápidos. Después de un rato se desvaneció su presencia, pero volvió entre la ruda magia de Edith Piaf y la constancia melancólica de Jaime Camil. Pase toda la noche en un sueño, en esta agotadora costumbre de moverme como un ferrocarril entre imágenes. Repitiendo su nombre Piaf, Piaf, espero no haber perturbado sus temblores.

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