¿Tengo cara de señora? ¿Tengo cuerpo de señora? ¿Tengo un aire ancestral y milenario? ¿Tengo la desesperación instalada en el rostro? ¿Cuelgan de mi cadera los críos infecundos haciendo estragos en mi paciencia mientras se me descompone la sonrisa ante la mirada compasiva y juiciosa de los otros? ¿Mis jeans desgastados huelen a prisa casera o a libertad despreocupada y andar adolescente? ¿Mi cotidianidad consume incomodidad marchita y desinterés conyugal que busca desayunar apariencia cada día? ¿Sobre mis manos desnudas se alianza y de años se perciben destrezas malabáricas, maternidad con rastro de escarcha o cuticulas perfectas con barniz francés? Estos conceptos están desconfigurados y mal empleados en mí. Quizás todas rechazamos con la misma fuerza esa coletilla que arrastra nuestro nombre y nos encierra dentro de un espacio, un tiempo y un hombre. Algunas se vanaglorian en su uso, las recolectoras de títulos con destrezas de caza, las ilusas-creyentes por pensar que las leyes de los hombres son más fuertes que el espíritu. El resto odiamos la palabra señora.

PD: No esta fácil dejarle todo a el amor y al romanticismo. Gracias por no usarme de espejo

Comentarios

VI ha dicho que…
Yo también odio que me digan señora!

Lo entiendo cuando lo hacen por teléfono pero por qué lo haen cuando te están viendo!!! ahhhhhhhhhh!!! es un fastidio!!!

Por cierto que poético y bonito dijiste eso de odiar cuando nos dicen "señora" jejejeje

Un beso
Dea* ha dicho que…
Oh! me gusta mucho este escrito..encierra muchas verdades, y más que señora, odiamos el doña! jajaja

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