Cuál es el limite entre lo que se puede decir, lo que decimos como un juicio y las palabras bombas, mejor conocidas como ataques directos a nuestro interlocutor. Si nos movemos en una delgada línea de comunicación, ¿cómo establecer una diferencia saludable entre lo que decimos y hacemos, y la forma en que los otros interpretan estás acciones? ¿Cómo lidiar con ese pequeño malestar cuando alguien señala nuestra conducta para encontrar fallas o herimos sus sentimientos? ¿Tenemos un motivo personal que nos mueve hacia los otros, incluso cuando no lo vemos? Quizás, nos ayudaría asumir una honestidad tácita, libre de egoísmo donde todos nos apoyomos en las cualidades de los otros para los atender todas nuestras necesidades. En algún punto dejamos la lista en casa resignados ante la idea de encontrar todo en un solo lugar, y empezamos a coleccionar relaciones de todo tipo para tener nuestro propio almacén. De forma ilimitada e infinita nos surtimos emocionalmente los unos a los otros. El problema viene cuando nos desaparecemos del mapa, pedimos algunos días libres o caemos en cuenta de este silencioso acuerdo. Clientes, almacenes, consumidores ocacionales o producto de la generación malcriada...

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